ARTÍCULOS
La idea es subir en este espacio diversidad de artículos (periodísticos, literarios, especializados) que enriquezcan la discución acerca de temas que nos convocan tales como: fracaso escolar, Ley de Educación, reformas educativas, globalización y otros...
Un ejemplo de reconstrucción autobiográfica
Prefacio
Crecer en un barrio obrero de Providence, Rhode Island, me orientó de un modo particular hacia la relación entre la cultura popular y la escolarización. La cultura popular estaba donde estaba la acción: definía un territorio donde placer, conocimiento y deseo circulaban en íntimo contacto con la vida de las calles. Siempre había algo prohibido en torno a esa cultura, con sus cómics, pinball machines (en España, las populares máquinas para jugar “al millón”), claves restringidas, excesos visuales y orientación demasiado masculina.
Mis amigos y yo coleccionábamos libros de cómic y comerciábamos con ellos, aprendíamos sobre el deseo a través del rock and roll de Little Richard y Bill Haley y los Comets y brindábamos por los blues de Fats domino. Odiábamos a Pat Boone y ni siquiera sabíamos que existían los suburbios. Más que saberlo, sentíamos lo que era un conocimiento realmente útil. Y hablábamos, bailábamos y nos perdíamos en una cultura callejera que nunca dejaba de moverse. Y entonces empezamos a ir a la escuela.
Algo nos detuvo en la escuela. En mi caso, fue como si me hubieran enviado a un planeta extraño. La enseñanza estaba centrada exclusivamente en libros oscuros y en la cultura impresa. El deseo era principalmente una prerrogativa masculina reservada para los deportes durante el tiempo de recreo. El lenguaje que aprendíamos y teníamos que hablar era diferente, extraño e inusualmente verbosos. Los recuerdos corporales e intelectuales de los chicos de clase obrera de esta escuela desaparecían. Nos encontrábamos con una preparación diferente, orientada hacia la imitación barata del conocimiento de la cultura superior: Latín, civilización occidental, matemáticas, ortografía, sociales y religión se nos daban con los métodos de alimentación forzosa que caracterizaban las escuelas públicas para chicos que tenían pocas posibilidades de abandonar su barrio, aun cuando se graduaran. Esto no quiere decir que no aprendiéramos nada, pero lo que aprendíamos tenía poco que ver con el lugar de donde veníamos, quiénes éramos o a dónde pensábamos (al menos) que nos dirigíamos. Muchos de mis amigos abandonaron pronto la escuela. Algunos aguantaron para conseguir un trabajo decente, y otros, como yo mismo, fuimos afortunados. Yo jugaba al baloncesto, gané una beca para la universidad y salí de mi cultura de clase obrera. Necesité un largo tiempo tras mi graduación universitaria para llegar a respetar la cultura que había abandonado cuando fui a la universidad. Nunca idealicé mi educación; era demasiado contradictoria y violenta como para eso; pero perdí la capacidad de afrontar los recuerdos que me traía, porque me había habituado a creer que la única forma de salir de mi pasado era escapar a un mundo de clase media. Estaba completamente equivocado, y sólo cuando llegué a los treinta comencé a deshacer el camino andado, regresando a mis recuerdos, historias y viejos amigos a fin de comprender la cualidad obsesionante y contradictoria de mi propio sentido de la casa y la identidad. Éste es el camino que me ha ayudado a dar estructura a este libro.
Durante años, creí que la pedagogía era una disciplina desarrollada en torno a los estrechos imperativos de la escolarización pública. Y, sin embargo, mi identidad se ha forjado en gran medida fuera de la escuela. Películas, libros, periódicos, videos y música, de formas diferentes e importantes, contribuyeron a la configuración de mi política y mi vida más que mi educación formal, que siempre parecía relacionarse con los sueños de otros. Naturalmente, cualquier discurso acerca de la identidad depende siempre de un análisis de la historia y el poder.
Ya no creo que la pedagogía sea una disciplina. Por el contrario, durante estos últimos años he sostenido que la pedagogía se refiere a la creación de una esfera pública, que reúne a la gente es sitios diversos para hablar, intercambiar información, escuchar, sentir sus deseos y dilatar sus capacidades para la alegría, el amor, la solidaridad y la lucha. Aunque no deseo idealizar la cultura popular, es precisamente en sus diversos espacios y esferas donde está teniendo lugar, a escala mundial, la mayor parte de la educación que tiene importancia. Los medios electrónicos de comunicación, la red de imágenes que se multiplican enormemente y se graban cada día en nosotros y los sonidos híbridos de nuevas tecnologías, culturas y formas de vida han alterado radicalmente el modo en que se configuran las identidades, se construyen los deseos y se realizan los sueños.
Este libro no es una exégesis de teórica de la cultura popular. Es más bien un itinerario a través de algunos de los paisajes de la cultura popular. El mapa de este viaje se ha trazado procurando clarificar cómo lo pedagógico y lo político se juntan en sitios que las escuelas frecuentemente ignoran; en este caso, sitios donde la lucha por el conocimiento, el poder y la autoridad se convierte en una batalla más amplia acerca del significado del placer, la autoformación y la identidad nacional. Este es un libro en el que empiezo con textos culturales concretos e intento desarrollar una teoría pedagógica a partir de sus construcciones específicas. Creo que es un libro que ensancha, tanto el significado de la pedagogía, como su relación con lo popular, al mismo tiempo que indica cómo se podrían realizar intervenciones pedagógicas en este terreno. No es un libro que hable en nombre de una pedagogía genérica, ni es un intento de hablar por otros. Sencillamente, es un libro que nace de mis propias experiencias y pretende situar dichas experiencias en un lenguaje que les dé significado sin convertirlas en universales ni dogmáticas.
GIROUX, Henry : Placeres inquietantes. Barcelona, Paidós, 1996.
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